Friday, August 18, 2006

Se suicidó varias veces

Al poeta le dio, cómo no, por arrancarse los ojos, se destapó de sus oídos, desmenuzó su lengua lentamente con un cuchillo de cortar ilusiones, excavó hasta lo más profundo de su nariz hasta no poder oler más, se arrancó la mitad de cada uña de sus dedos, apuñaló cada resquicio de sus sueños, se quemó la piel para no sentir el calor y acabó por guillotinar uno por uno sus dedos: las mariposas lo habían abandonado. Él podía ver cómo las palabras se alejaban inexorablemente de su alma y no las podía aferrar con sus manos, porque las palabras son demasiado sutiles como para tocarlas. Esta vez no era por amor, no era por una tempestad de rabia, ni porque se sentía fuera de lugar, ni tampoco porque no entendía el mundo.... se estaba suicidando lentamente porque ya no sabía hacer poesía.
Su corazón se iba desplomando poco a poco, junto a las pocas hojas secas de ilusiones que le quedaban en las ramas secas de su soledad.... el árbol que desde los veinte años había empezado a crecer, solitario como una estrella en el desierto.
Poco a poco, con su fatalismo de siempre, volvió a arrastrarse junto a los demás hombres hasta que un día le atropelló la miseria, por no saber qué hacer, y volvió a suicidarse lentamente, fiel como siempre.
Le sacaron de su tumba para recordarle que aún había un lugar para él... pero él ya estaba cansado de jugar a buscar su lugar... porque no necesitaba tenerlo. De repente crecieron tres margaritas y una rosa sin espinas en su tumba, y es que sus penas ahora se mostraban alegres de haberlo abandonado.

Salvador Amargo
“Se suicidó varias veces”
7. Diciembre.2004
“No sigas el camino.
No pierdas tu vida.
Diana…”

Saturday, August 12, 2006

Su ausencia

Su ausencia sabe a pasos quebrados, débiles, casi imperceptibles a los demás. Suena a estómago crujiendo de hambre inexistente, a hambucia y deseo y sed de alguien que no está: alguien que está lejos, persona inalcanzable. Su rostro es bastante turbio, algo así como ébano deformado y rugoso. El semblante es pérfido, cruel -sus manos juegan en mis tripas, y las remueve, y las desquicia-.
La noche, el momento más esperado por la bohemia y la melancolía, se reserva una amarga invitación al único olvido-querer olvidar es hallar el recuerdo-: la muerte.

Uno se adelanta, y mira por la ventana, y detesta el paso inútil de los coches por la carretera. Uno, dos, tres...mil, la ofuscación se mantiene, irónicamente firme, en sus cábalas de tormentas negras. Miles de luces en la autopista, y pasan rápidos los autos, sin detenerse, no como el tiempo: los segundos aparecen casi obligados en el reloj, y la aguja parece obesa y vaga, insurrecta ante el universal y obligatorio paso del tiempo, casi inmóvil ahora. Parece que las lágrimas quieran saltar de los ojos, y caer libres al vacío, el vacío del suelo, frío de la ausencia de sus pies.
Uno se agota de la angustia y se quiere dormir, y acurrucarse en la artificial calma del sueño.
Al dormir, se enredan los sueños y las pesadillas, y se yergue un castillo de dolor infranqueable, de murallas inquebrantables.
Entre sudores fríos llega el despertar, con un pelo largo, graciosamente rubio, entre los dedos. Uno acaricia y se aferra a ese recuerdo tan físico, tan románticamente cruel.
Y se da cuenta que sólo ha pasado una noche... Una noche de su ausencia.

Salvador Amargo.
"Su ausencia"
12.agosto.2006
Alexandra...