Saturday, September 09, 2006

Epístola de invierno

"¿Sabes lo que de verdad busco?
Trato de hallar una adolescente que de repente acaricie una estatua inmóvil de piedra, o que me sorprenda tocando la goma negra aún caliente de los rojos autobuses de la noche madrileña. o alguien que se maraville y esboce una gigante sonrisa en su cara al ver algo tan sumamente bello e insignificante como la frágil y apaciguada caída de una hoja seca de otoño.
¿Existe una musa?, ¿Alguna chica que al pensar en ella no pueda dejar de desparramar versos, como si a cada paso y recuerdo de ella se me fuera cayendo la jarra de la poesía? No, tal vez no exista. Y he de tratar de resistir con paciencia y letras.
Tal vez sea completamente contraria a mí, y no comparta apenas ideas afines a las mías, pero yo busco alguien a quien servir mi sangre en una rosa recién cortada en verano.

Que alguien me tape la boca para que no diga tu nombre antes de tiempo, o que llegue un buen espíritu que me agarre del corazón y me lo arranque de cuajo. O tal vez que la inspiración y el deseo de escribir se me sean anulados, para que así yo ya deje de escribirte y pensar que jamás leerás esto, o que nunca podré descubrir tu sonrisa de alegría derrochada.
No paro de esperar la noche para que llegue por fin alguna noticia tuya, aunque sólo sea en forma de amistad y conversaciones inesperadas.

No sabes que me he levantado de la cama, porque no podía dejar de pensar en ti, y en las dos únicas veces que hemos coincidido. Y no sé si me han obsesionado tus palabras, tu lejanía, la imposibilidad de verte algún día, o simplemente tú entera, aunque jamás te haya besado.

Cuando se acabe la hoja me vuelvo a la cama, a ver si consigo reconciliarme con el sueño y agrieto la obsesión de tu ofuscadora presencia... en mi mente.

Al fin y al cabo son sólo palabras de un infame sonámbulo con tendencias al insomnio de tripas y nervios. La máquina de escribir no deja de temblarme pues creo que ha descubierto el desborde de las ideas y el hundimiento de todo lo que antes sentía y pensaba. No puedes acompañarme en mi camino de espinas que muda su piel, pero tal vez de vez en cuando pueda conseguir tus palabras de amiga lejana y de inestimable ayuda.

Deja que se me vaya acabando la tinta, y tal vez deje de escribirte, aunque no pueda dejar de hacerte poesía en mi cabeza de poeta aturdido y novato.

Poco más me atrevo a decirte, el sueño no me llama, pero la responsabilidad del estudio me aferra muy fuerte y no me deja tranquilo. Mañana estaré muerto de sueño, y seré sólo el recuerdo de lo que me hubiera gustado haber sido.
No me atrevo a decirlo... No me atrevo...

Buenas noches, mi musa anónima querida."


Salvador Amargo
"Epístola de invierno. Noche de invierno. Invierno de nada"
Enero de 2006
Tal vez no escribía a nadire...

Friday, September 08, 2006

La Galileo

"Salvador Amargo, hubo de recordar, frente al último concierto de La Galileo, el día en que su padre lo llevó a disfrutar de las cantatas de Rafael Amor"

(Manipulación de Cien años de soledad)
La Sala Galileo se entretiene, al borde de la frontera con Cea Bermúdez, entre malta y lúpulo, canapés y diversas artes: asiduos cantautores reflejan sus preocupaciones en los focos sudorosos del local, hilarantes humoristas practican el arte de la risa; los prácticos se envenenan en otros lugares. El idealismo quijotesco mana de entre las barbas del cantor argentino con aires más refunfuñados que de bufón pero siempre simpático, y picantemente provocador. El argentino baila sus dedos entre las ondeantes cuerdas, tensas pero suaves, metálicas y dulces. El público es acogido por los acordes –brazos ciegos que no temen ni juzgan a nadie-, mecidos en los oídos como lamento vivaz de la guitarra rematada… Luces. Respuesta. Protesta. El bar musical Galileo Galilei se presenta como un galeón invertido. El capitán dirige el sonido desde el timón. En popa el almirante se enfrenta al respetable, mostrando sus sentimientos escoltados por un contingente de mariposas que baten desde sus alas la música; es también una patera a la deriva, y jamás llegue su naufragio… Su neutralización significaría el cese de la bandera progresista –aunque peligroso sea hablar de progresismo-, significaría entregar las llaves del barracón. El bar es algo así como la cueva donde los obligados de despojan de sus disfraces para ir a la oficina; y se rompen filas, y las guitarras apuntan, y abren fuego los artistas. En poco tiempo el enemigo –la rutina y la ceguera- cae rendido a la magnánima e irrefrenable fuerza del arte. El esplendor se refleja en el rostro anonadado del boquiabierto espectador, casi activo en la utopía. Idealismo. Reacción. Despertar.
La revolución se entreve por las aturdidas mentes. Cuando todo está orquestado, cuando la detonación está ya toda preparada, entonces la ciudad vuelve a despertar en su noche, y Madrid vuelve a ser, de nuevo, una ciudad de cuatro millones de cadáveres: el trabajo y el metal llaman a las perturbadas conciencias de los ni siquiera insurrectos – ¿necesario recordar que las insurrecciones siempre fueron placadas?-. El ideal y el arte nacen y mueren, se encienden y se apagan en su propia cuna. Al fin y al cabo aquí, con los ideales, también es como la vida: el origen de todo es su propio fin, la muerte de sí mismo.

Salvador Amargo
"La Galileo"
Junio/Septiembre de 2006
Abrumadora política...

Wednesday, September 06, 2006

Observación momentánea del hombre

¿Y por qué "Es tan corto el amor/ y tan largo el olvido"?

El hombre es un animal de costumbres, de cierta tendencia a la ausencia permanente; sólo saborea algo cuando ya no existe, cuando se esfuma en la niebla del pasado.
Noto un cierto conformismo y adaptación en el hombre. No me refiero al hombre que ha conseguido avanzar en las ciencias, las letras... Hablo de la persona, de ese si-mismo que se adormece en la vulgaridad que no le duele.
Conseguida una meta, dejamos pasar un tiempo prudencial, y nos olvidamos de disfrutar cada día del esfuerzo que nos costó lograr esa pequeña parcela de satisfacción; no ejercemos un orgullo sano, ni siquiera participamos en lo que hemos conseguido.

El amor es una pequeña muestra de esta incapacidad humana -el corazón como atacado de una parálisis- que obliga al hombre a desatender sus sentimientos y caer en la rutina. Cierto que la rutina es amiga de la tristeza y la depresión de las emociones, pero más cierto aún es que nosotros mismos convertimos nuestras vidas en una rutina, ¡hay gente que la ansía!
Una vez encauzada una relación de amor, pasamos de ese éxtasis anfetamínico que nos regala el cerebro, a un bochorno diario, una espesa mirada, una convivencia inútil. De ahí el amor pasa a ser codicia, como una posesión, símil a los objetos que jamás tiramos por amarrarnos a una materialización del recuerdo.
Y, a pesar de ser un espeso y vago caminar, el tiempo pasa como inadvertido, y por lo tanto aparentemente fugaz.
En ese puente –curiosa similitud con la estructura de la vida- entre el nacimiento de las miradas pasionales reprimidas y la despedida de los últimos besos, es donde verdaderamente una persona comprende la naturaleza del hombre, que no es más que un gracioso cuadro variopinto, de tantas pinceladas – y a veces brochas- como hombres en la Tierra.
Una vez agotado el amor, o fuerza rutinaria conocida como noviazgo (o el error burocrático llamado matrimonio), el hombre pasa a una nostalgia irremediable, como una pérdida insoportable de algo que le pertenecía. He ahí el error del hombre: el lamento de su propia incapacidad para disfrutar diariamente de los varios productos de su esfuerzo.
Un hombre que ha construido electrodomésticos, edificios, todo tipo de medios de transporte –y por lo tanto de comunicación-, se complace de sí mismo por unos momentos y luego cree que ya no ha de disfrutar cada instante del uso de sus invenciones.
Convencidos de estabilidad y monotonía relegamos al ostracismo lo diario.
En cambio, cuando la situación ha de mudarse –entre otras la posibilidad de la pérdida o deterioro de algún bien, material o sentimental-, el hombre anhela todo cuanto ya no posee; es como si su seguridad le hubiera privado del deber de agradecer a su si-mismo o a los hombres pasados cada una de sus anteriores, y ahora ya extraviadas, posesiones.
Aun así, estos ejemplos no son la única imagen que relatan esta patología de la rutina y la conformidad negativa del hombre; sólo quise hacer una superficial alusión al amor como respuesta a los versos de Pablo.

Aludir a una costumbre del hombre, o tratar de dar una observación momentánea del hombre, no es un ejercicio de presuntuosidad, sino que es un intento de alentar a quien pueda –tal vez en la literatura sólo tratemos de alentarnos a nosotros mismos- de que evite una notoria tendencia a creer que uno es feliz sólo porque cree que lo que tiene será inmutable.
No declaro inmanente o permanente esta crítica; tampoco quiero desarrollarla como algo firme. Algo que se declara irrefutable sólo puede llevar a la intolerancia. ¡Bastante ya tuvimos –y tenemos- con los dogmas de la religión y de Papá Estado!

“Observación momentánea del hombre”
Salvador Amargo
6 de septiembre de 2006
El hombre ha de ceder en si mismo.